La utopía
Otra forma de disconformidad con el pasado fueron las utopías,
campo en el que destacaron Tomas Moro (1478-1535) y Tomasso di Campanella
(1568-1639).
Ambos imaginaron sociedades igualitarias y simétricas que
plasmaron en sendos modelos urbanos: La Ciudad de Utopía y la Ciudad del Sol.
La ciudad, sede de las nuevas profesiones y actividades burguesas se convirtió en
símbolo de libertad, frente al feudo, en el que los campesinos seguían bajo el
yugo providencial y aristocrático.
En el mismo pueblo llano tomo cuerpo la utopía como deseo de
cambio. De pronto se hizo realidad la vieja leyenda que afirmaba que más allá
de Finisterre, al otro lado del inmenso mar que allí se abría, existía una
tierra feliz, abundante y libre. Era lo que la imaginería del pueblo denomino
tierra de Cucaña, de la que derivaron múltiples juegos y entretenimientos
populares. Los mismos aventureros que a finales del siglo XV se adentraron en
el temido océano Atlántico, para alcanzar las costas asiáticas navegando por
aquellas aguas desconocidas, se encontraron de pronto con la sorpresa de una
tierra imprevista, a la que acabaron llamando Nuevo Mundo. En aquellas tierras fértiles,
verdes y luminosas buscaron inútilmente la tierra de promisión de El Dorado.
En un contexto de crisis de los valores medievales surgió la opción
filosófica de interpretar la realidad como un todo, anticipándose así a la
corriente panteísta (Dios entendido como el mundo). El hombre considerado como
un microcosmos comenzó a sentirse vinculado al universo (macrocosmos), actitud
que propicio la aparición de nuevas conductas místicas y también el desarrollo de
las ciencias ocultas (alquimia, astrología, magia y quiromancia), basadas en el
principio de que la vida humana está rodeada de signos y símbolos que es
necesario descifrar.
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