La profesión de pensar
Individualmente, la figura del filósofo renacentista y la
del filósofo del siglo XVII fueron dispares.
En tanto que los filósofos del Renacimiento llevaron un tipo
de vida aventurero y azaroso, los del
siglo XVII buscaron premeditadamente la soledad, que entendían como el ambiente
idóneo para la consolidación y adecuado desarrollo de sus ideas. Así, hombres
como Descartes y Spinoza se retiraron a lugares recónditos para poder construir
sus sistemas filosóficos, sin revelar su
paradero más que a los amigos del círculo íntimo, con el fin que nada ni nadie
pudiera entorpecer el libre curso de sus especulaciones. Sin embargo, este
retiro espiritual no excluyo que, en algunos casos, como el del mismo Spinoza,
Hobbes y Locke, participaran activamente a los avatares políticos de su tiempo.
Aunque sin desaparecer totalmente las persecuciones políticas
y religiosas de que fueron objeto los filósofos renacentistas, se atenuaron en
el siglo XVII. En esencia, ninguno de los nuevos filósofos se atrevió nunca a
negar la existencia de Dios. Aparentaron estar perfectamente de acuerdo con la ideología
oficial y la filosofía de los poderes establecidos, cuando en realidad sus
ideas suponían un enfrentamiento contra el orden intelectual.
La mayoría de los filósofos del siglo XVII fueron laicos,
que meditaban por placer, sin vincularse a las enseñanzas universitarias, que
siguieron dominadas por los esquemas medievales. A estos filósofos, las
posibles influencias no les llegaron por haber recibido una educación escolar
determinada., de la que todos ellos consiguieron librarse en mayor o menor
grado. Más bien cabe afirmar que se influyeron recíprocamente, tanto por la
lectura de sus propias obras como a través de las críticas que se hicieron
mediante una abundante correspondencia.
El progreso del pensamiento, tanto científico como filosófico,
recibió un importante impulso con la creación de unas instituciones llamadas Academias,
patrocinadas por la burguesía, en donde se oponía la libertad de espíritu y la
tolerancia con la anquilosada concepción de la cultura que se impartía en las
universidades y en los centros oficiales de enseñanza. Desde el punto de vista
de la localización geográfica, el centro de la cultura se trasladó
progresivamente desde la Italia renacentista a Alemania, Francia, Holanda e
Inglaterra.
España quedo lamentablemente al margen, tanto del
Renacimiento como de la nueva filosofía, a causa del triunfo de las ideas de la
Contrarreforma religiosa.
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