La burla y el triunfo
El 8 de marzo de 1493, Colon es recibido por el rey Juan II
de Portugal, el mismo que, ocho años antes, había rechazado el proyecto de ir a
las Indias.
El éxito de Cristóbal Colón es indiscutible e inatacable. La
Reina Madre quiere verlo y Colon la visita para mostrarle los aborígenes a ella
y al hermano del Rey el duque Manuel. Es posible que estos disfrutasen, por
envidia y malignidad, del fatal error del Rey.
Se dice que Juan II, golpeándose el pecho exclamaba a gritos
“¡Oh, hombre de mal conocimiento! ¿Por qué no realizaste una empresa tan
importante?” Se siente humillado, consternado.
La burla de la historia no lo humilla solo a él; afecta a
Portugal.
Al amanecer del viernes 15 de marzo de 1493, La Niña, al mediodía,
entra en el Puerto de Palos. Cuando los habitantes del lugar vieron llegar a la
carabela que había partido siete meses antes para un viaje considerado sin
retorno, se precipitaron hacia el muelle para ver a los marineros, abrazar a
los parientes y saber noticias de la portentosa empresa. Se suspendió el
trabajo; se cerraron las tiendas; las campanas tocaron a rebato.
Todos acompañaron al Almirante y a los marineros a la iglesia mayor, donde
fue cantado el Te Deum. Y llega la noticia de que la otra carabela está a punto
de llegar al puerto: es la Pinta de Martin Alonso Pinzón, que al mediodía de
aquel mismo día 15 de marzo llegaba procedente de Bayona(Galicia) donde había terminado
la travesía atlántica.
Hay dos hechos muy particulares después de la llegada:
1.
Apenas llego a Bayona, Pinzón le había enviado
un mensaje a los Reyes Católicos.
2.
Pocos días después de la llegada a Palos, Pinzón
muere de una enfermedad en forma misteriosa.
Los historiadores dan rienda
suelta a la imaginación en contradictorias interpretaciones. Pinzón se hallaba
ya gravemente enfermo y murió sin poder participar en el triunfo de Barcelona, quizás
ni siquiera en la fiesta de Palos. Fue un final tristísimo, inmerecido, porque
el contribuyo de manera determinante en la organización del viaje y había dado
pruebas indiscutibles de ser un valiente y experto marino.
Por el lado de Cristóbal Colón,
los títulos le fueron reconocidos de inmediato; no se esperó ni siquiera que
les mostrase las pruebas del descubrimiento: los aborígenes, los papagayos, las
máscaras de oro.
Los aborígenes se habían reducido a seis, porque uno había muerto en el viaje y tres se habían enfermado. Aunque eran solo seis, de todos modos eran impresionantes, pintados según su costumbre, adornados con aderezos de oro.
Los aborígenes se habían reducido a seis, porque uno había muerto en el viaje y tres se habían enfermado. Aunque eran solo seis, de todos modos eran impresionantes, pintados según su costumbre, adornados con aderezos de oro.
Colón, con una rodilla en tierra,
solicita el favor de besar la mano de los soberanos. El Rey y la Reinase
levantan; le tienden las manos y lo invitan a sentarse y a narrar la historia
del viaje del descubrimiento.
Cuando termina la ceremonia, El
Rey hace acompañar al Almirante a un lujoso alojamiento y no deja, durante todo
el tiempo que este permanece en la Corte, de colmarlo de cortesías y
manifestarle muestras de benevolencia.
De este modo el extranjero de
humildes orígenes se convierte de golpe en uno de los más grandes personajes de
España. Y la noticia se difunde por Europa.
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